Ferit se niega a separarse de Seyran. Su preocupación es evidente. Pero Halis interviene con frialdad: ya no son marido y mujer, y debe marcharse. Él obedece… con el corazón hecho trizas.

Seyran, ya en casa, intenta recuperarse, pero el dolor la desborda. Sigue profundamente enamorada de Ferit, y no logra sobreponerse. Mientras tanto, Ferit no deja de llamarla, una y otra vez, desesperado por saber cómo está, pero no obtiene respuesta. El silencio de Seyran se clava en su corazón como un puñal.
El tiempo pasa y la angustia crece. Ferit, incapaz de seguir esperando, busca refugio en el alcohol, aunque esta vez nada logra calmar su inquietud. Rompe todas las reglas y decide salir a buscarla, desobedeciendo las órdenes de su abuelo.
Aparece en casa de Seyran, gritando su nombre, suplicando a Kazim que le permita verla, aunque solo sea por unos minutos. Necesita saber que está bien. “Si algo le pasa a Seyran, no podré vivir… Kazim, la quiero más que a nadie, más que a nada”, confiesa.