Volver a Antep no es solo regresar a una ciudad: para Seyran, es desenterrar un pasado que aún sangra. Cada rincón de la casa familiar, cada piedra del patio, le recuerda a la joven una vida que fue impuesta, un destino que no eligió. Y esta vez, aunque sus pasos la lleven al mismo lugar, ella ya no es la misma mujer.
Apenas baja del coche, su mirada se cruza con los barrotes invisibles de un mundo que la mantuvo encerrada. Tarik, con su sonrisa envenenada, le advierte que habrá hombres vigilando la puerta. Dice que es “para protegerla”, a ella y a su tía Hattuç. Pero Seyran no se siente segura, sino prisionera. Una vez más.
Cada paso que da dentro de la casa es un golpe de memoria. El patio, testigo mudo de su boda con Ferit, resuena con ecos de un vestido blanco y un futuro incierto. Aquel día salió de allí convertida en esposa, sin saber que también salía convertida en prisionera de un juego de poder. No imaginaba que, en medio de todo, encontraría el amor… ni que ese amor la desgarraría de tantas formas.
Hoy vuelve con un corazón marcado por la historia que escribió con Ferit. Con miedo, sí. Pero también con la determinación de quien ya no quiere callar. De quien ya no está dispuesta a obedecer.
Porque aunque todo en Antep parezca igual, ella ha cambiado para siempre.