En los pasillos silenciosos de la mansión Korhan, donde cada palabra tiene peso y cada mirada puede ser un mensaje encriptado, una conversación aparentemente inocente ha desatado un nuevo remolino emocional. Esta vez, los protagonistas no son Ferit y Seyran, sino Kaya, Suna y Abidin, un trío inesperado donde comienzan a aflorar sentimientos no dichos, tensiones no resueltas y heridas que tal vez no sabían que existían.

Todo comenzó después de que Seyran tomara una difícil decisión, una que la ha dejado más vulnerable que nunca. Su hermana Suna, siempre atenta, no ha dejado de preocuparse por ella. Pero entre tanto caos familiar, donde las alianzas cambian de un día a otro, ha sido Kaya quien le ha ofrecido a Seyran el apoyo más genuino y silencioso. Su actitud respetuosa, su empatía y su capacidad de escuchar sin juzgar han calado hondo no solo en Seyran… sino también en Suna.

Esa tarde, mientras el sol caía detrás de los jardines de la propiedad Korhan, Suna se cruzó con Kaya en uno de los patios interiores. No había testigos, o eso creían ellos. Fue entonces cuando se produjo una de las conversaciones más significativas del día.

Suna, conmovida y sin poder contener su emoción, se acercó a Kaya con paso decidido pero voz suave. “Gracias por apoyar a Seyran”, le dijo, sin rodeos. “Es lo más importante del mundo para mí.”

Kaya, fiel a su estilo, intentó quitarle peso al comentario. Bajó la mirada, sonrió con modestia y respondió que solo había hecho lo que sentía correcto. Pero la conexión entre ambos era evidente. No hacían falta gestos grandilocuentes. Estaban en la misma frecuencia. Y eso, en un mundo donde casi nadie escucha de verdad, significaba mucho.

Suna continuó hablando. Le confesó que, en medio de tanto ruido, su hermana había encontrado en él un espacio de tranquilidad, alguien que no imponía ni cuestionaba, solo estaba allí, como un faro en medio de la tormenta. Y sin darse cuenta, sus palabras comenzaron a revelar algo más profundo: una creciente admiración hacia Kaya, una ternura que iba más allá de la gratitud fraternal.

Pero lo que ellos no sabían era que Abidin los estaba observando desde lejos.

Apoyado contra una columna, casi oculto entre las sombras, Abidin había presenciado toda la escena. Al principio no le dio mayor importancia. Conocía a Kaya, sabía de su carácter tranquilo, de su distancia con las intrigas de la mansión. Pero algo en la forma en que Suna lo miraba, algo en la naturalidad con la que ambos se entendían, comenzó a inquietarlo.

Abidin no podía evitar sentir una punzada en el pecho. Un extraño calor que no venía del sol, sino de un lugar mucho más profundo: los celos. Y no eran celos agresivos ni posesivos, sino de esos que descolocan, que nos obligan a mirar dentro y descubrir sentimientos que ni siquiera sabíamos que estaban allí.

Porque hasta ahora, Abidin siempre había visto a Suna como parte del entorno, como alguien cercana pero lejana a la vez. Sin embargo, verla así, tan cercana a otro hombre, tan cómoda, tan brillante, le removió todo. De pronto, la idea de perder algo que nunca había tenido comenzó a dolerle.

Y lo peor fue que, en ningún momento de la conversación, Suna pareció consciente de su presencia.

La escena continuó.

Kaya, con su tono pausado, le dijo a Suna que admiraba su fortaleza, que era evidente cuánto se preocupaba por su hermana y que ojalá todos pudieran tener esa clase de lealtad en sus vidas. Suna, con los ojos brillantes, le respondió que quizás por eso él había llegado en el momento justo. Y durante un breve instante, el silencio entre los dos fue más elocuente que cualquier frase.

No se dijeron más cosas, pero las miradas hablaron por sí solas. Una conexión sutil, casi imperceptible para otros, pero no para Abidin, que observaba todo desde la distancia, sintiendo que esa imagen lo atravesaba.

Después de ese encuentro, la atmósfera en la mansión cambió. No por algo concreto, sino por la energía que quedó flotando. Abidin empezó a comportarse de manera más reservada, más irónica en sus comentarios, menos dispuesto a compartir momentos con Suna. Ella, por su parte, no entendía el cambio, pero algo intuía.

Kaya, como siempre, permaneció tranquilo, sin buscar protagonismo, sin provocar situaciones. Pero lo cierto es que esa conversación, ese agradecimiento tan sincero, había marcado un antes y un después.

En los días siguientes, los caminos de los tres volvieron a cruzarse. En cenas familiares, en pasillos silenciosos, en reuniones improvisadas. Y aunque nadie lo decía abiertamente, las miradas cruzadas empezaban a ser frecuentes. Suna se sentía cómoda con Kaya, y Abidin… no sabía cómo gestionar lo que estaba sintiendo.

Los celos no eran simples. Eran el reflejo de una posibilidad que hasta ahora había ignorado. ¿Y si él también sentía algo por Suna? ¿Y si la estaba perdiendo antes siquiera de haber intentado algo?

Pero no solo se trataba de celos románticos. También se entremezclaba una especie de admiración disimulada hacia Kaya, un reconocimiento tácito de que él era diferente. Que su forma de estar, de tratar a los demás, incluso de acompañar en silencio, era algo valioso. Algo que, en el fondo, Abidin no sabía si podía igualar.

Así, esta simple escena —un agradecimiento entre dos personas honestas— abrió un nuevo capítulo en las emociones de la historia. Una nueva vida no solo sigue desvelando los grandes dramas familiares y las tensiones entre patriarcas y herederos, sino también los sutiles cambios en los corazones de quienes, hasta ahora, permanecían al margen del amor.

Quizás Suna y Kaya están comenzando a escribir una historia que nadie había previsto. Y quizás, en medio del dolor y la confusión, Abidin esté descubriendo una parte de sí que ni él conocía. Lo que es seguro es que nada volverá a ser ig