Desde sus primeros años, entre Hattuç y Halis floreció un amor profundo, genuino e incondicional. Era un vínculo tan intenso que sus sentimientos podrían iluminar los rincones más oscuros de sus vidas. Sin embargo, el destino no fue justo con ellos. Las normas sociales y la tradición impusieron un matrimonio diferente a Halis, arrancándolo de ella. Desde entonces, Hattuç permaneció en segundo plano, sin volver a rehacer su vida. Llevó el peso de una espera eterna mientras tenía que convivir con la ausencia del hombre que siempre amó.

Por su parte, aunque el hombre jamás lo confesara en voz alta, Halis también sufrió en silencio. Sabía que aquel corazón, ahora contenido tras los años de obediencia y honor, no latía por su esposa. Su amor real, ese que nunca decepcionaba ni exigía nada, pertenecía a Hattuç. En ella veía una mujer valiente, fiel, leal hasta el extremo —una presencia capaz de darlo todo sin reclamar nada a cambio.

El paso de los años no los separó por completo; sin embargo, tampoco les permitió estar juntos. En su separación vivieron heridas profundas; cada palabra retenida y cada mirada esquivada construyó un muro de dolor y arrepentimiento. Sin embargo, también fueron refugio el uno del otro en los instantes más difíciles. Cuando Seyran y Ferit se casaron, ambos encontraron consuelo en esa presencia familiar, relajaron por un momento el peso de su nostalgia compartida.

El destino, caprichoso como pocas veces puede ser, los mantuvo cercanos en el espacio aunque distantes en el alma. En la estancia de un mismo palacio compartieron hogares, recuerdos, silencios y secretos. A pesar de las cicatrices acumuladas, su amor siguió intacto: inquebrantable, eterno, inmutable ante la adversidad.

Ahora, cuando la vida parecía no tener más historia que repetir lo que ya se ha vivido, ocurrió algo inesperado. Un giro del destino permitió que Halis, hombre de honor y discreción, decidiera mirar atrás. Y por primera vez, no solo con el recuerdo, sino también con las palabras: llegó el momento de reconocer lo que nunca antes se atrevió a expresar.

En las noches silenciosas, cuando la casa duerme y el peso de los años pesa más en los hombros, Halis decidió no callar más. Dejó de posponer lo que el corazón lleva décadas suplicando. Quizá por miedo, quizá por deber, o por la costumbre, el hombre había callado siempre lo que sentía. Pero ahora, rodeado de recuerdos, decidió hablar desde el alma. Reconocer que Hattuç, esa mujer que lo había amado sin condiciones, era y siempre sería el amor de su vida.

Esto no fue un arranque repentino, sino la culminación de una historia que se había escrito en sus miradas, en sus silencios, en los secretos compartidos a lo largo de los años. Y cuando la verdad rompe el dique del ocultamiento, cobra una fuerza inesperada.

Halis se atrevió no solo a hablar, sino también a soñar una última vez. Lo hizo con la honestidad y sencillez de quien tiene claro lo que ha amado toda su vida y que ha esperado demasiado. Quiso ser fiel a sus sentimientos, aunque solo le restara el tiempo suficiente para saborearlos. Y lo hizo con la humildad y dignidad que caracterizan al hombre que siempre fue.

Ahora, cuando el final de su camino se vislumbra cerca, solo hay un deseo: vivir ese escaso tiempo que queda junto a la mujer que nunca dejó de amar. No se trata de un capricho tardío, sino de un anhelo de justicia emocional, un derecho tardío a compartir lo que el destino les negó.

Si Hattuç también es fiel a su corazón —a esa llama